miércoles, 1 de noviembre de 2017

LOS LATIDOS DE MAYANA


      Kalimani , aprendió de su abuelo Katochi , todo lo que un niño de 14 años debía saber ; sentados frente a frente y con sus miradas fundidas como pensamientos sutilmente transmitidos  le brindó su iniciación. El anciano sabía muy bien que jamás podría revelar qué aspecto tenía el paraje que los cobijaba, era el resguardo de las antiguas leyendas heredadas por innumerables ciclos de tiempo.
  Los sabios indicaron que había llegado el momento y reunieron a los representantes de los cinco clanes: obviamente Kalimani (quien era llamado nada más y nada menos que “el indescriptible dios de éter”)era uno de ellos  . Golimna (la diosa de agua) se presentó luciendo su larga cabellera translúcida, dócil y fuerte a la vez.  Azurri (el dios de fuego) por su parte lucía arrogante con sus cabellos ondulados y fosforescentes mientras Mohatmu (el dios de tierra) se presentó erguido y firme, con su cabello corto y oscuro como la noche. Y por último  arribó Oxitimayo (el dios de aire) quien lucía ligero y sonriente.
      Ya todos reunidos en el templo sagrado, los jefes de los clanes elevaron una plegaria en su mente y entregaron a cada uno de ellos un bolsín, con distintos elementos y entre ellos había un mapa que los llevaría hasta el lugar donde hallarían a los viejos espíritus, los únicos capaces de guiar a los elegidos para que lograran su misión. Todos permanecieron por un momento en profundo silencio, hasta que el búho dio la señal de la partida. Los pueblos de los distintos clanes también elevaron sus plegarias y guardando silencio se internaron en un sueño profundo.
Los cinco elegidos saludaron respetuosamente a los maestros y cada uno emprendió su camino. A Kalimani se lo vio esfumarse rápidamente por el sendero que ellos llamaban el sendero sin nombre. Azurri por su lado, comenzó a transitar el camino de las señales doradas. Mohatmi, se internó rápidamente en el sendero de la oscuridad.  Oxitimayo,  se disolvió frente a la mirada de todos al ingresar a su camino y por último Golimna, transitó el suyo dejando parte de sí a su paso.
             Al finalizar su recorrido, cada uno de ellos debía encontrar una cueva. En cada una de las cuevas, se encontrarían con un mago, un viejo bajito de cabellos largos y desgreñados y de un carácter poco amigable ante las visitas mas ellos sabían que deberían conquistar su confianza, de ello dependería que sus misiones tuvieran éxito.
             Si bien cada uno debía ir a una cueva distinta y muy lejana de las otras, se encontrarían sí o sí con el viejo mago, que como buen mago tenía la capacidad de estar en varios lugares al mismo tiempo.
              Uno a uno llegaron a sus respectivas cuevas y tal como estaba previsto, lo habían hecho al unísono. Fue entonces que llevando a cabo el ritual enseñado por los viejos maestros, se sentaron frente a ellas y cantaron una melodía jamás oída, sublime y dulce pero con la fuerza que el arte de la alquimia les había otorgado.
El viejo mago quedó rendido y salió de cada una de las cuevas, con paso cansino pero con una sonrisa en el rostro y su mirada satisfecha. En cada caso llevaba un cuenco específico para cada uno de ellos. Luego de una corta reverencia mutua, les hizo entrega del cuenco, susurró a sus oídos palabras inaudibles y los despidió para que pudieran emprender el camino de regreso y sin mirar atrás volvió al interior de las cuevas.

Kalimani, Azurri, Mohatmi, Oxitimayo y Golima pasaron la noche en profunda meditación frente al sublime cuenco entregado por el viejo mago y al amanecer, al escuchar el canto del búho supieron que debían emprender el peligroso regreso. El camino de regreso no fue tan sencillo como el de ida, cada uno en sus respectivos senderos se encontraron con la sombra tan temida llamada Portak, quien poseía el poder de la duda, el temor y la individualidad. 
        Al anochecer del quinto tiempo, Portak, se les hizo presente acechándolos enardecido y virulento. Una fuerte tormenta oscureció el cielo límpido y rayos más poderosos que cualquier espada penetraron en ellos. Enormes aves prehistóricas les sobrevolaban intentado matarlos. De pronto la certeza se convirtió en miedo ¿acaso valía la pena morir por ese extraño contenido de los cuencos? Y comenzó una lucha descarnada en sus propias conciencias. Portak, los estaba venciendo y el cansancio los hizo rendirse hasta quedar flotando, casi inertes en su interior, a punto de ser totalmente fagocitados por él.
  Al amanecer del décimo quinto tiempo, el búho volvió a cantar sobre esa nebulosa pegajosa que era Portak y el hechizo de su canto  los despertó e Inmediatamente se hallaron transportados a un paraje totalmente extraño pero bello y muy apacible.  Aparentemente Portak se había desvanecido ya no había rastros de él. Alerix (ése era el nombre del búho) voló velozmente en círculos sobre ellos y cuando se detuvo sólo había un elegido y un solo cuenco vacío. Él era Uniternit  quien con mirada serena y paso seguro se acercó con su cuenco ante los sabios maestros que allí se encontraban reunidos y con una reverencia de humildad se los entregó recitando un antiquísimo poema Mayano:
Yamisy notri ballmé/Yamisy notri dalaky/ Yamisy mitello protek
Los sabios se pusieron de pie y dieron comienzo a la danza del renacimiento. Una indescriptible explosión de luz, fuego y color cambió por completo el paisaje de la vieja constelación. Finalmente, Mayana era visible y tangible nuevamente en toda su divina extensión y expresión El viento comenzó a soplar como brisa suave que acariciaba los rostros sonrientes de hombres, mujeres y niños. La cascada dio rienda suelta a su exultante alegría ofreciéndoles el refrescante arrullo… Los árboles reverdecidos se enraizaron en las colinas y las llanuras… Y así fue con cada minúscula partícula de vida que allí habían reinado desde los inmemoriales tiempos.
Kalimani, Azurri, Mohatmi, Oxitimayo y Golimna habían renacido como la materialización misma de Mayana,   cumpliendo con el destino intrínseco de su existencia. Renacer eternamente, volviendo a llevar el mensaje que le había sido destinado desde los tiempos primigenios: respeto, paz, unión y entrega, perpetuando por siempre los más altos valores de la convivencia universal.
Mayana había vuelto a latir en destellos luminosos como un faro. 


En el Aire

¡Calla! Calla el silencio de rojo estrepitoso Calla como calla la estampida en la nube que por marte se pasea Calla a...