Él me llamó mientras intentaba
hacerle un estanque a mi pecho.
Y en la noche apacible de mi cocina
me apuñala el aullido de ese perro
que no dejó de llorar durante todo el día.
Tal vez, presintió y sabe de mi sofocada voz.
Y el bandoneon de Piazzolla
se me entierra como una daga diciendo
el adiós que no me sale, que no alcanzo
porque ya me cansé de correr los adioses.
Y el perro debe sentir las dagas
de las dulzuras de Astor
que perforan los sentidos y la razón,
porque sigue aullando por mí.
A veces, los demás lloran las lágrimas que nosotros no podemos llorar porque ya, se nos agotaron de tanto sufrir.
ResponderEliminarMuy bello y sentido Beatriz.
Un abrazo inmenso.
Qué maravilla de poema.
ResponderEliminarLo he leído tres veces.
Ese apuñalamiento del aullido del perro me ha golpeado.
Me encanta el poema.
Te felicito.
Besos.
Gracias queridísimo Toro !! Abrazo !!
EliminarA mí también me ha encantado este poema, amiga...
ResponderEliminarEs precioso, dentro de su dolor.
Un abrazo enorme.
Gracias mi querida Laura !! un beso amiga !!
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