jueves, 23 de junio de 2016

Desvelo



Él me llamó mientras intentaba
hacerle un estanque a mi pecho.
Y en la noche apacible de mi cocina
me apuñala el aullido de ese perro
que no dejó de llorar durante todo el día.
Tal vez, presintió y sabe de mi sofocada voz.
Y el bandoneon de Piazzolla
se me entierra como una daga diciendo
el adiós que no me sale, que no alcanzo
porque ya me cansé de correr los adioses.
Y el perro debe sentir las dagas
de las dulzuras de Astor
que perforan los sentidos y la razón,

porque sigue aullando por mí.


5 comentarios:

  1. A veces, los demás lloran las lágrimas que nosotros no podemos llorar porque ya, se nos agotaron de tanto sufrir.
    Muy bello y sentido Beatriz.
    Un abrazo inmenso.

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  2. Qué maravilla de poema.
    Lo he leído tres veces.
    Ese apuñalamiento del aullido del perro me ha golpeado.
    Me encanta el poema.
    Te felicito.

    Besos.

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  3. A mí también me ha encantado este poema, amiga...
    Es precioso, dentro de su dolor.
    Un abrazo enorme.

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