María se encontraba ante un problema a resolver. Más allá de ser la casera del edificio, era la dueña del departamento y contaba con los ingresos que del alquiler obtenía. La policía únicamente supo informarle que una sobrina lejana de Alberto, había radicado la denuncia por desaparición, pero ella sólo se había acercado hasta la comisaría, por pedido exclusivo de María y demostró un total desinterés tanto por su tío como por sus cosas.
Luego de dos meses, tiempo que consideró más que prudencial, decidió que debía sacar las cosas del departamento y ponerlo nuevamente en alquiler. Le costó decidirlo, pues en todos los años de convivencia se había encariñado mucho con él, buen inquilino, respetuoso, tranquilo y sobre todo muy cumplidor con la paga.
Pero en tiempos de crisis los sentimientos tienen un límite y la necesidad lleva a efectuar cambios.
Sus dos nietos, Jeremías y Fabricio, le ayudaron a sacar las pertenencias de Alberto, -que no arrojó a la basura, sino que guardó en el altillo del caserón-. En algún lugar de su ser, guardaba la esperanza de que volviera.
Lo aseó prolijamente, tomándose el recaudo de que todos los muebles quedaran en el mismo sitio en que los había acomodado Alberto.
Jeremías se ofreció muy voluntariosamente a pegar en los negocios vecinos el anuncio de "se alquila departamento....". Lo que la alegró muchísimo, ya que así se evitaría los gastos de la inmobiliaria y podría alquilar a algún conocido que le ofreciera cierta confianza. Siempre hay alguien en el barrio que debe mudarse porque se le termina el contrato.
A partir de ése momento Jeremías comenzó a frecuentarla más seguido. Le hacía las compras, los trámites y le ayudaba con las cosas generales de la casa, sobre todo los fines de semana, ya que no debía trabajar ni concurrir a la facultad.
Un domingo de esos, él llegó con la mejor de las noticias: "abuela, ya tengo un inquilino para vos". María se puso feliz, pues sólo vivía de su pensión. "Abuela, fijate que mañana esté todo limpio, que va a venir a ver el departamento. Es una persona tranquila como a vos te gusta, no creo que tengas ningún inconveniente".
A las cinco de la tarde Jeremías llegó con la persona en cuestión, llamó a su abuela pero no la encontró, lo que le llamó mucho la atención, por lo que comenzó a recorrer la casa, hasta que sobre la mesa de la cocina, halló una nota que decía:"Jere, fui a lo de Alicia, no está bien de salud, encargate vos por favor".
Ya más tranquilo, le mostró el departamento y conforme con lo visto y a los montos acordados, cerraron el contrato de alquiler, mediante un poder general que su abuela le había otorgado un tiempo atrás.
Una camioneta vieja, un poco desvencijada, estacionó frente a la entrada y él comenzó a ayudar bajando las pertenencias de Yésica.
Todavía reinaba en el ambiente el perfume a incienso, que se había impregnado en los sillones y la alfombra ya gastada. Eso le encantó a la muchacha, de unos treinta y cinco años, que pasaría sus horas entre esas paredes.
Transcurrieron unos cuantos días, hasta que logró acomodar todas sus cosas y en acostumbrarse al nuevo lugar. Pero, había algo que la había deslumbrado desde el primer momento y que le continuaba produciendo la misma sensación: esa silla junto a la ventana."Este es el lugar ideal" pensó inmediatamente y colocó delante de ella una mesa no muy grande de roble lustrado. La cubrió con una carpeta de hilo blanco tejida al crochet, junto con unas pequeñas velas aromáticas y varios adornos pequeños en madera que pasaron a ser parte de su geografía cotidiana.
Desde las dos de la tarde en adelante, comenzaban a llegar sus clientes citados rigurosamente con un horario determinado. Ella se esmeraba en atenderlos y que todos salieran absolutamente satisfechos de allí. Sin lugar a duda, más allá de la satisfacción personal de un trabajo bien realizado, el factor económico era primordial.
María se asombró de lo pacífica que era esta chica, y que tanto ir y venir de gente, no convirtiera su casa en un conventillo.
Así pasaron dos años sin inconveniente alguno, al contrario, en más de una oportunidad, María se encontraba,- mientras barría el vestibulo de ingreso-, con algún señor amable que le hablaba maravillas de la joven.
Jeremías había continuado con sus visitas y su ayuda durante todo ese tiempo y también se había hecho amigo de Yésica. Aunque María lo negaba, algunos vecinos decían que entre ellos había "algo", pero a ella no le interesaban los chismes, por lo que no dio crédito alguno a esos comentarios.
Hugo su hijo, y padre de Jeremías, la llamó esa mañana muy preocupado, ya que no había tenido noticias de él hacía ya cuatro días. María supuso, aún en contra de su propia creencia, que se encontraría con Yésica. Golpeó la puerta tres o cuatro veces sin obtener respuesta alguna. Preocupada, tomó la llave maestra e ingresó al departamento,- esta vez no creyó necesario llamar a la policía-.
La gran sorpresa fue hallarlo vacío, casi todos los efectos personales habían desaparecido, sólo quedaban sobre la mesa unas cartas de Tarot Egipcio, ubicadas como en una última tirada y una nota sobre la silla que decía: "tirarme o rómpeme por favor, ya estoy sufriendo de indigestión, traes muy buenos inquilinos".
Luego de dos meses, tiempo que consideró más que prudencial, decidió que debía sacar las cosas del departamento y ponerlo nuevamente en alquiler. Le costó decidirlo, pues en todos los años de convivencia se había encariñado mucho con él, buen inquilino, respetuoso, tranquilo y sobre todo muy cumplidor con la paga.
Pero en tiempos de crisis los sentimientos tienen un límite y la necesidad lleva a efectuar cambios.
Sus dos nietos, Jeremías y Fabricio, le ayudaron a sacar las pertenencias de Alberto, -que no arrojó a la basura, sino que guardó en el altillo del caserón-. En algún lugar de su ser, guardaba la esperanza de que volviera.
Lo aseó prolijamente, tomándose el recaudo de que todos los muebles quedaran en el mismo sitio en que los había acomodado Alberto.
Jeremías se ofreció muy voluntariosamente a pegar en los negocios vecinos el anuncio de "se alquila departamento....". Lo que la alegró muchísimo, ya que así se evitaría los gastos de la inmobiliaria y podría alquilar a algún conocido que le ofreciera cierta confianza. Siempre hay alguien en el barrio que debe mudarse porque se le termina el contrato.
A partir de ése momento Jeremías comenzó a frecuentarla más seguido. Le hacía las compras, los trámites y le ayudaba con las cosas generales de la casa, sobre todo los fines de semana, ya que no debía trabajar ni concurrir a la facultad.
Un domingo de esos, él llegó con la mejor de las noticias: "abuela, ya tengo un inquilino para vos". María se puso feliz, pues sólo vivía de su pensión. "Abuela, fijate que mañana esté todo limpio, que va a venir a ver el departamento. Es una persona tranquila como a vos te gusta, no creo que tengas ningún inconveniente".
A las cinco de la tarde Jeremías llegó con la persona en cuestión, llamó a su abuela pero no la encontró, lo que le llamó mucho la atención, por lo que comenzó a recorrer la casa, hasta que sobre la mesa de la cocina, halló una nota que decía:"Jere, fui a lo de Alicia, no está bien de salud, encargate vos por favor".
Ya más tranquilo, le mostró el departamento y conforme con lo visto y a los montos acordados, cerraron el contrato de alquiler, mediante un poder general que su abuela le había otorgado un tiempo atrás.
Una camioneta vieja, un poco desvencijada, estacionó frente a la entrada y él comenzó a ayudar bajando las pertenencias de Yésica.
Todavía reinaba en el ambiente el perfume a incienso, que se había impregnado en los sillones y la alfombra ya gastada. Eso le encantó a la muchacha, de unos treinta y cinco años, que pasaría sus horas entre esas paredes.
Transcurrieron unos cuantos días, hasta que logró acomodar todas sus cosas y en acostumbrarse al nuevo lugar. Pero, había algo que la había deslumbrado desde el primer momento y que le continuaba produciendo la misma sensación: esa silla junto a la ventana."Este es el lugar ideal" pensó inmediatamente y colocó delante de ella una mesa no muy grande de roble lustrado. La cubrió con una carpeta de hilo blanco tejida al crochet, junto con unas pequeñas velas aromáticas y varios adornos pequeños en madera que pasaron a ser parte de su geografía cotidiana.
Desde las dos de la tarde en adelante, comenzaban a llegar sus clientes citados rigurosamente con un horario determinado. Ella se esmeraba en atenderlos y que todos salieran absolutamente satisfechos de allí. Sin lugar a duda, más allá de la satisfacción personal de un trabajo bien realizado, el factor económico era primordial.
María se asombró de lo pacífica que era esta chica, y que tanto ir y venir de gente, no convirtiera su casa en un conventillo.
Así pasaron dos años sin inconveniente alguno, al contrario, en más de una oportunidad, María se encontraba,- mientras barría el vestibulo de ingreso-, con algún señor amable que le hablaba maravillas de la joven.
Jeremías había continuado con sus visitas y su ayuda durante todo ese tiempo y también se había hecho amigo de Yésica. Aunque María lo negaba, algunos vecinos decían que entre ellos había "algo", pero a ella no le interesaban los chismes, por lo que no dio crédito alguno a esos comentarios.
Hugo su hijo, y padre de Jeremías, la llamó esa mañana muy preocupado, ya que no había tenido noticias de él hacía ya cuatro días. María supuso, aún en contra de su propia creencia, que se encontraría con Yésica. Golpeó la puerta tres o cuatro veces sin obtener respuesta alguna. Preocupada, tomó la llave maestra e ingresó al departamento,- esta vez no creyó necesario llamar a la policía-.
La gran sorpresa fue hallarlo vacío, casi todos los efectos personales habían desaparecido, sólo quedaban sobre la mesa unas cartas de Tarot Egipcio, ubicadas como en una última tirada y una nota sobre la silla que decía: "tirarme o rómpeme por favor, ya estoy sufriendo de indigestión, traes muy buenos inquilinos".
Tal vez la última "comida" le resultó desagradable,..digo... por el pedido,Me suena a misterio tu cuento. Para que lo tengan en cuenta los"inquilinos", muy bueno, SALUDOS BEA.
ResponderEliminar¡ Qué sorprendente final!
ResponderEliminarMe gustan las historias con regalito.
Un abrazo.
Maravilloso final, para una gran historia...
ResponderEliminarFelicitaciones!
Con estas historias ya puedes ir armando una novela, buen estilo.
ResponderEliminarUn saludo.
Que fuerte el final.
ResponderEliminarMuy bueno.
Besos.
Felicitaciones por tu escrito querida amiga.
ResponderEliminarUn abrazo de MA para ti.
(Me siento una bestia bruta, pero no entendí el final :((((((((
ResponderEliminarLo leí dos veces y está recontrabien escrito, me enganchó la historia, me encanta el misterio, pero me da mufa no comprender el desenlace, plissssss, una ayudita de mis amigos!!!
pato frustrada y con alas caídas se va a su nido...
Qué historia!
ResponderEliminarmisterioso y con un buen final.
Me gusto :)
Y gracias por tus letras, sé que me pierdo, pero nunca me olvido, un abrazote querida Bea y qu{e tengas una excelente semana.
Besos
Que final más misterioso Bea,haber si la casa va a tener vida propia,habra una tercera parte?
ResponderEliminarUn besico
Como siempre. Bien contado, entretenido y con final siempre sorprendente!! Ya no me extraña degustar tus cuentos y sentirme feliz de haberlo hecho. Ahhh!!! Por las dudas, voy a revisar las sillas de mi casa!!! Jajaja
ResponderEliminarFinal inesperado...!!!
ResponderEliminarY me gustaba la imagen de esa silla.......
La silla adquiere total protagonismo.
ResponderEliminarel final es de intriga, no solo por las cartas del tarot también la nota contribuye
Me gusta,
un beso
MUY BUENO BEATRIZ. SE VA CREANDO UNA GRAN INTRIGA. EL CLIMA ES IMPECABLE. NO ME QUEDO CLARO EL TRABAJO DE JESSICA.
ResponderEliminarRochis, esa es la cosa, queda librado a la interpretación del lector, pero marco un dato que son las cartas del Tarot.
ResponderEliminarGracias por tus palabras Rochis!!!
Un abrazo!!!
Beatriz no se como, ni conque agradecerte,tus comentarios, siempre en mi blog...no hay palabras de nada,es imposible,darte las gracias!
ResponderEliminarBELLAS LETRAS POETA! y tu sensibilidad es profunda!
un abrazo inmenso,perdón por no pasar, mas seguido, lo de mi cadera prosigue con dolor!
un abrazo enorme,inmenso
lidia-la escriba
El final me atrapo ...Todo lo escrito es para volverlo a leer seguro regreso mas tarde
ResponderEliminarUn abrazo querida Beatriz , espero sigas escribiendo asi