lunes, 8 de mayo de 2017

De ángeles y demonios


Toda su educación la había realizado en un colegio religioso y como es sabido el tema del ángel demonio, era tratado con mucha frecuencia.
Todavía lo recuerdo con su apariencia un tanto esquelética, su cabello negro prolijamente engominado y sus profundos ojos azules, casi color turquesa.
Cuándo el relataba aquellas clases lo hacia describiendo un lugar etéreo pero cuyo mundo se materializaba en las mentes y las almas de los humanos como yermos rebosantes de fuego ardiente, capaces de consumir los cuerpos, las almas y hasta la más mínima partícula de oxigeno que pudiera reinar en sus pulmones hambrientos. El decorado yermo se tornaba rojo sangre, tan caliente como la pasión más encendida, deglutiendo vorazmente todo lo que llegara hasta él.
Alexis lo llamaba "El tórrido ángel".
Fuimos amigos en aquellos años de secundaria y como él, yo también surcaba por los laberintos de las mentes, la fe y la filosofía. Las tardes las pasábamos hablando de todos estos temas sentados, sobre un peculiar sepulcro del cementerio del pueblo, hasta que la noche ya no nos dejaba leer. Verdaderamente no sentíamos miedo alguno, mas bien una extraña fascinación por esos temas que generalmente provocaban en el resto un espanto que hacía que nos aisláramos aún más. Él parecía ser mi mentor, con una lucidez y vehemencia admirables. Todo lo que pensaba, expresaba o hacia era con una pasión que podía percibirse a un metro de distancia con sólo observarlo. En cambio yo, por empezar, físicamente era su opuesto: bajo, regordete y un tanto descuidado en mi aspecto personal. Mi pelo solía estar desalineado así como mi uniforme.

                Los años pasaron y no volví a saber de él. Me había marchado a la ciudad dejando atrás el pueblo que nos había unido. Comencé a trabajar en una empresa como contador, me casé con Lucía y tuve tres hijos maravillosos: Ángela, Martín y Francisca. Atrás habían quedado los años de charlas filosóficas o debates de índole espiritual o metafísico. Hasta que, mi abuelo Jacinto que aún vivía en nuestro pueblo falleció. Después de más de treinta años volví al pueblo de la infancia. Me encontré con los pocos familiares que allí habían quedado, los que me estaban aguardando ansiosamente para que hiciera los arreglos del funeral del abuelo Jacinto.Por lo que inmediatamente fui a la casa velatoria, que se encontraba frente a la plaza principal. La puerta estaba abierta y entré a la recepción  -fría , decorada con un tipo de sutileza que intenta fingir una calidez desde ya inexistente-. En una de las paredes colgaban viejas fotos entre las que pude reconocer fotos nuestras de aquellos años. Nadie había acudido a mi encuentro por lo que golpee las manos y de pronto apareció por detrás de unas pesadas cortinas  bordeaux, un hombre mayor con su rostro arrugado y su torso ligeramente encorvado hacia adelante, como el de quien lleva una mochila muy pesada sobre su espalda.

-Buenas tardes señor, en qué puedo ayudarlo- dijo muy amablemente.
-Buenas tardes caballero, necesito contratar un servicio de sepelio para mi abuelo, dije con voz entrecortada y casi susurrando.

Fue entonces que al levantar su cabeza pude reconocer sus ojos color turquesa, aunque su mirada ya no era la misma.
Creo que a él también le costó reconocerme, había adelgazado, vestía traje y corbata y mi cabello estaba perfectamente cortado a la moda. Supongo que pudo reconocerme por mi tendencia a ser complaciente y mi tono de voz sumisa.

 Alexis, se había convertido en el dueño del negocio. Luego siguieron los abrazos estirados durante tantos años de ausencia para una tan peculiar amistad.  Descubrí con gran sorpresa que  él personalmente se encargaba de preparar los cuerpos para los funerales.
Hablamos durante bastante tiempo una vez que arreglamos los pormenores del sepelio de mi abuelo. Nos contamos cosas de nuestras vidas y en la conversación le comente cómo había dejado de abordar todos esos temas que tanto nos gustaba compartir. Entonces el me miró fijo, apoyó su brazo en mi hombro y me dijo:

- Fernando, sabes, yo también dejé de abordar esos temas. Es que en algún momento, no puedo decirte exactamente cuándo, el tórrido ángel, se convirtió en el "ángel glacial". Una noche después de arder en el fuego de la pasión junto a Blanca, mi hermosa, bella y amada Blanca apareció él. El ángel gélido. Desde ése día de alguna forma extraña comenzó a colocar ladrillo tras ladrillo de hielo y cuando quise darme cuenta yo era su muro.






3 comentarios:

  1. Bellísimo y muy inspirado!! Felicitaciones amiga!!

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  2. Con lo bien que escribes es un pecado demoníaco que no te prodigues más.

    Bravoooooooooooo

    Besos.

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    Respuestas
    1. Ay Toro querido, supongo que el ángel gélido me visita más de lo que quisiera... Gracias, siempre tan generoso conmigo !! Abrazo!!

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