sábado, 2 de abril de 2011
PUENTE
Cuando quiso darse cuenta, se encontraba en medio de un paisaje abrumador.
Era caminante por naturaleza, fue así que llegó hasta esos páramos alejados de toda civilización, por lo menos reciente. Cómo rastro de la presencia del ser humano por esos lados, un viejo puente colgante marcaba el rumbo.
Se detuvo antes de ingresar a él. Lo primero que llamó su atención fue un sonido parecido al de tambores que provenía del otro lado del mismo. Los sonidos eran cíclicos y rítmicos y comenzaron a resonarle fuertemente en el pecho, como si fuesen los propios latidos de su corazón agitado.
Las maderas le decían en silencio, que ya eran muy viejas y tal vez estuvieran muy endebles. Las sogas, a su vez, miraban con cierto aire de superioridad, tal vez por no tener un espejo a mano y ver lo deshilachadas que se encontraban.
Dio marcha atrás, cargando consigo la misma mochila con la que había partido, la que también daba muestras de los años de desgaste, pero que sin duda alguna le había sido y le continuaba siendo fiel.
Entró en la choza que se hallaba casi oculta entre la tupida maleza. Era tan pequeña que no necesitó recorrerla, Federico, sólo echó un vistazo y con eso bastó para saber con lo que contaba.
El sol iba desapareciendo con gran rapidez, dejando sólo algún rayo que tenue, llegaba a iluminarla.
Alivianó su peso al sacarse la mochila y prontamente salió a buscar leña para encender en la pequeña salamandra- sin duda la noche sería larga y fría.
Ya no contaba con alimentos, en realidad hacía ya bastante tiempo que sólo comía de lo que iba encontrando en su camino. A veces, cuando algún río acompañaba su recorrido pescaba y en esos días, se producían sus grandes festines.
Prendió su sol de noche, compañero infaltable de todo el recorrido. Revisó los armarios quejumbrosos para corroborar que allí no había un sólo vestigio de algo comestible. Pero si halló con gran alegría una botella que aún conservaba un poco de wisky .
Encendió el fuego, estiró su manta en el piso polvoriento y de a pequeños sorbos fue bebiendo el tan añorado wisky. Lo saboreaba en la boca y se regocijaba sintiendo como al deslizarse por su garganta iba calentando su cuerpo.
No supo bien, si eran las sombras fantasmagóricas producto del fuego o sólo los las sombras despiertas por el alcohol, pero el terror lo invadió como hacía mucho tiempo no lo hacía. Como en un estado de ensoñación se despertó el sexo adormecido en su cuerpo, los anhelos lo acechaban sin piedad.
Las figuras ondulantes en las paredes le hablaban en un idioma que no lograba comprender y pensó, que aunque no entendía absolutamente nada, ésa era la respuesta a su búsqueda: debería atreverse a cruzar el puente.
Al despertar, sólo unas brazas ardientes quedaban en la salamandra.
Se miró a sí mismo y se sintió aliviado, vio que estaba completamente renovado, sus maderas ya no crujían y sus sogas estaban fuertes y bien anudadas.
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Era la señal de que estaba preparado para cruzar el puente. Seguro no era le primero, ni el último. ¡Cómo cuesta cruzar al otro lado!
ResponderEliminarBien por el wisky, por el fuego en la salamandra, por su sexo despierto, por sus anhelos de cruzar cada puente por mas vida.
Hoy me hacía falta leer esto.
(Gracias por el texto que dejaste para Perras :)
Un abrazo.
Cuàntas veces nos sentimos como esos viejos puentes...pero la vida tiene en alguna choza un sorbo para renovarnos, los deseos, el sexo, las ganas de seguir como una brasa encendida en el amanecer. Precioso. Besos
ResponderEliminarMUY BUENO AMIGA. CUANTOS PUENTES TODAVÍA NOS FALTA CRUZAR, HASTA LLEGAR A DESTINO..........AL FINAL DEL CAMINO, DONDE DESCARGAR LA PESADA MOCHILA CARGADA DE BAGAJES, QUE FUIMOS ACUMULANDO EN LA VIDA, UN BESO ENORME
ResponderEliminarUna decisión importante la de cruzar el puente. El final lo dejas totalmente abierto a la imaginación. Me gustó eso. Un placer leerte. Saludos.
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