Era una caja común y corriente, simplemente una vieja caja de zapatos repleta de fotografías de distintas épocas, todas mezcladas. Sólo algunas llevaban inscriptas las fechas en que habían sido tomadas.
Fue una de esas noches de invierno y sueño liviano, una de esas noches cuando uno decide levantarse y darle por ganada la batalla al insomnio y prepararse un café.
Él se levantó en puntas de pie tratando de no desvelar a su compañera- tal vez casual, tal vez no-. Y tomó la caja suavemente guiado sólo por el tenue reflejo de la luz del pasillo ,que la puerta entreabierta dejaba penetrar. Un molesto chillido de la bisagra, le recordó una vez más que debía ponerle grasa, era una de las tantas cosas que tenía pendientes.
A tientas prendió la luz de la cocina y dejó la vieja caja sobre la mesa. Ensimismado, se puso a batir un café instantáneo mientras el fuego calentaba el pequeño recipiente con el agua. Y lentamente comenzó a mirar cada detalle de su cocina. Nadie podía dudar que se trataba de una cocina de hombre soltero, sin demasiada decoración, sin ése toque particular que una mujer suele ponerle.
De pronto, la sintió fría, solitaria, como nunca antes le había sucedido.
El café ya estaba listo, y como un autómata se sentó a la mesa frente a ella.
No estaba listo aún, por eso la dejó tal cual, sin abrir. Y se quedó con la mirada fija perdida quién sabe en que tiempo remoto o no.
Sus cuarenta y siete comenzaban a pesarle. Se cuestionaba todo lo hecho y lo que aún le aguardaba por realizar, asumiendo que tal vez muchas de esas cosas serían difíciles de concretar, pero que el deseo aún estaba. Tal vez en contraposición con la propia imagen que tenía de sí mismo. Imagen que curiosamente no era la que los demás tenían de él: tan seguro, sensible, responsable y creativo.
Sin embargo parece, que él siempre se miraba frente al espejo mágico sin lograr reconocerse.
De pronto el maullido de su gata, lo retrotrajo al tiempo presente y vio con desagrado que el café estaba practicamente frío, el cual bebió de un largo trago.
_¿por qué no me animaré?- pensó una vez más.
-¿por qué no puedo verme como me ven los demás?-
-¿es que acaso puedo estar tan equivocado? o ¿serán ellos los errados?...
Ya enredado suficientemente en sus temores y sus dudas, y casi por instinto, abrió la caja y comenzó a sacar las viejas fotos familiares.
Una sonrisa se esbozó en sus labios, al reconocerse con cuatro añitos nadando por debajo del agua como un pez, ante la vista horrorizada de su abuela que entraba en pánico al verlo. Recordó cómo le gustaba nadar y que era bueno para eso...Así, lentamente fueron desfilando bajo sus ojos montones de fotos diversas, cumpleaños, fines de cursos, graduaciones. Hasta que llegó hasta las que se encontraban en el fondo de la caja, un poco pegadas por la humedad.
Sintió una fuerte punzada en el pecho al prender el sexto cigarrillo casi consecutivo. Y una vez más se lo podía ver con la mirada perdida y una lágrima que sin pedir permiso, trasnochaba junto a él.
Con mucho cuidado trató de separarlas. aunque muchas quedaron arruinadas definitivamente con esas manchas de humedad que desfiguraban los rostros y las cosas. Una por una las fue mirando:
-¡jaja, síii, acá estoy con mi madre!!!- ¿dónde era?- se pregunto-¡ si, esto era en San Clemente!, sí , en las vacaciones familiares. ¡Qué pequeño que era!... y yo tendría aquí unos.....¿seis?... ¿tal vez siete?...Si, si era San Clemente. ¡Ja si me habré clavado conchillas de mar en esa playa! - recordó sonriente-. Pero luego su mirada se opacó repentinamente. Prontamente recordó los pantalones largos, las remeras largas. Aquellos atormentadores baños a los que su madre lo sometía a fin de hacer desaparecer lo que no se podía. Aquella enfermedad en la piel que lo había visto nacer. Recordó con amargura cuantos llantos tuvo que padecer para que su madre considerara que era apto para ser visto, sin que ella sintiera vergüenza. Y recordó cada mirada clavada en su piel ajada, con apariencia de suciedad. Cada mirada de rechazo clavándose en su pequeña almita de siete años. Las lágrimas parecían brotarle como si realmente el tiempo hubiese vuelto hacia atrás. ¡ Nada más y nada menos que cuarenta años atrás!
Tratando de alejarse de esos años, se levantó bruscamente a prepararse otro café, mientras la gata se fregaba entre sus piernas acariciándolo suavemente.
Las horas habían transcurrido lentamente sin embargo el sol ya se asomaba por la ventana, estimándole los ojos ya irritados por el cansacio y el sueño. Corrió la cortina y volvió a sentarse, café en mano, a continuar mirando las viejas fotos.
Miró estremecido unas cuantas más y ya no pudo continuar. Lloró acongojadamene durante no se sabe cuanto tiempo, hasta que por fin secó sus lágrimas, respiró profundo y ya aliviado fue silenciosamente a ver cómo dormía plácidamente esa mujer que había estado con él. La miraba como quien admira la luna por primera vez y abre sus alas a la vida. Y mientras la miraba con estremecimiento y ternura, comprendió que las miradas pueden ser equivocadas, que pueden ser injustas depende de aquello que miren y cómo lo hagan. El ya no tendría para consigo la misma mirada que su madre.