Había alquilado una preciosa cabaña en ese paraje solitario. Era tan solitario el lugar que para poder hallar la cabaña tuvo que recorrer a pié más de quince kilómetros alejados de la ruta principal.
Sin lugar a dudas el lugar era absolutamente mágico aunque tenía un toque de sombrío, dado tal vez por la densa bruma que se había levantado esa mañana.
Con maravilloso asombro y a medida que se iba adentrando en la espesura de la vegetación, podía oír el tumultuoso trinar de las aves y algunos sonidos realmene extraños provinientes de sectores donde la vegetación se hacía más cerrada e impenetrable.
Casi llegada la noche arribó a la cabaña que, como era de imaginar, no contaba con luz eléctrica, por lo que se apresuró a buscar un farol a kerossene, antes que la oscuridad se hiciera reina de ese lugar.
El farol colgaba de un gancho en medio de una sala ambientada acorde al lugar:
una gran alfombra de cuero de vaca y apoyado sobre ella, un gran sillón de cuatro cuerpos, cubierto de un telar de tonos marrones, beige y verdes opacos. Tapices varios decoraban las paredes, todos muy rústicos y creando ese clima tan especial que tienen las cabañas.
Se dispuso a cenar algo de lo que llevaba, apenas unos embutidos con pan y se iría a dormir, la caminata la había dejado exhausta y después de todo mañana sería otro día y a la luz del día ya vería cómo se organizaría.
Con éxito había dejado atrás el apretujamiento del microcentro porteño, con su bullicio incrustado en sus oídos ya con una incipiente sordera.
Claro que la condición con la que todos estuvieron de acuerdo con su partida a un lugar tan lejano y solitario fue que sí o sí debía llevarse el celular. Tal vez por esta necesidad de estar comunicado o tal vez de conservar un poco de tecnología a mano, cosa de sentir que se está viviendo en esta era.
Contrariamente a lo que había imaginado no tuvo un sueño reparador. Los constantes sonidos provinientes del bosque tan cercano, la sobresaltaban constantemente no pudiendo identificar a qué pertenecían. Así fue que a primer hora de la mañana, comenzó a recorrer los alrededores para conocer el lugar y tal vez espantar los miedos nocturnos.
Encantada con el paisaje perfumado de menta, ruda, pinos , eucaliptos y toda clase de vegetación, quedó más que extaciada; con lo cual perdió toda noción del tiempo, de tal forma que las sombras comenzaron a asomar entre las ramas y yuyales. Y de la mano de las sombras, los extraños sonidos comenzaron a brotar de entre la bruma que parecía espesar la vegetación. Ya no tan extasiada, comenzó a mirar hacia todos lados sin poder hallar el origen de los sonidos, que cuando logró ponerle un poco de atención, le pareció reconocer como si fueran murmullos hechos en algún dialecto no conocido por ella.
Un temblor en el bolsillo de su jeen la sobresaltó:
-¡Ayyyyy!!...- exclamó asustada-
-¡Ah!! es este maldito celular ¡ para qué lo habré traído!...- maldecía mientras atendía la llamada.
-¡Hola?...Hable!...¡más fuerte por favor... no escucho nada!- decía, disgustada por haber tenido que atender el teléfono y que nadie le respondiera del otro lado.
-¡Maldito, maldito teléfono y vos que me lo hiciste traer!. ¿Para qué?... si estando tan lejos no hay señal!...no, la idiota soy yo que lo traje... pero ahora me tengo que aguantar, no me queda otra. Si lo apago se va a terminar preocupando!- vociferaba con la libertad de aquél que puede pensar en voz alta y nadie lo escucha.
Muy fastidiada comenzó el camino de regreso, mientras continuaba maldiciendo ya para sus adentros.
Tal vez un poco aturdida por los nervios, comenzó a ver pequeños seres luminosos moviéndose por entre las malezas, algunos eran celestes otros naranjas y otros rojos y se movían a tal velocidad que conformaban como un arcoiris entre el verde selvático. Pero como si ello hubiese sido poco producían un sonido extraño. Se refregó los ojos, respiró profundo y trató de relajarse.
A los pocos minutos el celular volvió cimbrarle en el bolsillo. De muy mal humor y más asustada todavía, volvió a atender el teléfono. Pero esta vez no había silencio del otro lado, pudo escuchar el murmullo de unas voces que se superponían y que se volvían incomprensibles, por lo que sin dudarlo cortó inmediatamente y apagó el celular.
La cabaña la aguardaba, otra vez de noche, como una anfitriona ya madura y con sobrada experiencia, dispuesta a hacerle pasar un muy buen momento a su invitado.
Al entrar, dio un suspiro de alivio, tiró dentro de su bolso el celular y prendió el farol. Luego encendió la pequeña garrafa con hornalla para calentarse una sopa instantánea, su estómago hecho un nudo no le permitía comer otra cosa.
La pobre Agustina estaba exhausta, pero no quería darse por vencida y darle el gusto a quienes le habían advertido que no era muy buena idea irse a ese lugar sola.
Así fue que transcurrieron dos días más soportando ella, todos esos sonidos extraños que ya estaban enloqueciéndola. Después de pensarlo un poco se dejó vencer por la necesidad de por lo menos hablar por teléfono con alguien, salir de esa locura que estaba viviendo. Prendió el celular y vaya sorpresa para ella, ya estaba casi sin batería y no tenía donde conectar el cargador!!...
-¡¡¡JAJAJAJAJ!!!- rió de forma casi sarcástica consigo misma.
-¡No, si no ves que sos una recontra estúpida!...¡ si ya sabías que aquí no había electricidad!, ¿dónde pensabas enchufarlo... en el culo!?- vociferó una vez más mientras continuaba riéndose de sí misma.
Luego que logró serenarse, tomó su sopa y se fue a dormir. Ya había sido demasiado y todo por un estúpido capricho, se dijo a sí misma. Por la mañana sin falta volvería a la ciudad.
El sol todavía no tenía ninguna intención de salir, cuando de pronto ese murmullo extraño y esas luces que había visto en el bosque habían inundado la habitación, en realidad toda la cabaña. La desesperación la hizo romper en llanto profuso y con los ojos cerrados fue a buscar nuevamente el celular, para intentar alguna comunicación aunque sea al 911, con la poca batería que le quedaba. Al agarrarlo, casi se muere de un paro cardíaco: se había prendido sólo y como en cataratas le caían mensajes con la figurita de un duende y un texto que decía: "no podras olvidarme..." , "no podrás olvidarme...", "no podrás olvidarme"... con cada mensaje sonaba en su mente el Rington de los Duendes.