Todos se han ido ya y la oficina ha quedado oficiándome de eco.
Este espacio vacío, que apenas tomo prestado, me brinda este teclado y la música de la lluvia que ingresa por la ventana.
¡Cuánta humedad y cuanta llanura!. ¡Cuánta tierra fértil a la espera de un porvenir desconocido e incierto!.
Todos se han ido, menos yo, que aunque quisiera huir no puedo, soy acaso mi propia carcelera, escarbando pozos en búsqueda de esa llave...de alguna llave ..de otra llave...
Encontré una muy pequeña,que me permitió abrir la entrada al aroma de la tierra. Luego llegó hasta mí, la que me brindó la sombra de aquél árbol.Pero no logro guarecerme del eco, verdugo implacable.
Y mientras la lluvia me recuerda, que dentro de un rato tendré que dejar la oficina, me obsesiono en encontrar alguna otra llave más. El crujir de la impresora perdiendo temperatura lleva mi mirada hacia ella, y a su lado, hallo la llave de los ojos tiernos de aquellos animales que no me cuestionan y pacientes me observan con curiosidad.
No es tan tarde, pero el cielo se pone cada vez más negro y si bien es primavera, el frío penetra por la ventana salpicada.
La plantita me mira diciéndome: "hoy es viernes, no te olvides de entrarme".
Miro sobresaltada el reloj infausto y mis dedos comienzan a apresurarse ansiosos sobre el teclado, como si éste fuera la mano del amor.
Oteando los rincones, revisando cajones y hormigueros sigo buscando el sitio donde el destino- que juega conmigo como un niño travieso- tal vez haya escondido la llave del horizonte, de mi horizonte.
De pronto una llave tintinea en mis oídos,- podría llegar a ser esa, pero no lo sé-. Por eso abandono el teclado y apago el ordenador, tomo el bolso, el abrigo y mi paragüas; apago la luz y cierro la puerta de la oficina hasta el lunes. Porque aún bajo la lluvia, tengo que ir a probarla.