Kalimani , aprendió
de su abuelo Katochi , todo lo que un niño de 14 años debía saber
; sentados frente a frente y con sus miradas fundidas como pensamientos
sutilmente transmitidos le brindó su
iniciación. El anciano sabía muy bien que jamás podría revelar qué aspecto
tenía el paraje que los cobijaba, era el resguardo de las antiguas leyendas
heredadas por innumerables ciclos de tiempo.
Los
sabios indicaron que había llegado el momento y reunieron a los representantes
de los cinco clanes: obviamente Kalimani (quien era llamado
nada más y nada menos que “el indescriptible dios de éter”)era uno de
ellos . Golimna (la diosa de
agua) se presentó luciendo su larga cabellera translúcida, dócil y fuerte a la
vez. Azurri (el dios de fuego) por su parte lucía arrogante con
sus cabellos ondulados y fosforescentes mientras Mohatmu (el dios de
tierra) se presentó erguido y firme, con su cabello corto y oscuro como la
noche. Y por último arribó Oxitimayo (el dios de aire)
quien lucía ligero y sonriente.
Ya todos reunidos en el templo sagrado, los jefes de los clanes elevaron una
plegaria en su mente y entregaron a cada uno de ellos un bolsín, con distintos
elementos y entre ellos había un mapa que los llevaría hasta el lugar donde
hallarían a los viejos espíritus, los únicos capaces de guiar a los elegidos
para que lograran su misión. Todos permanecieron por un momento en profundo
silencio, hasta que el búho dio la señal de la partida. Los pueblos de los
distintos clanes también elevaron sus plegarias y guardando silencio se
internaron en un sueño profundo.
Los cinco
elegidos saludaron respetuosamente a los maestros y cada uno emprendió su
camino. A Kalimani se lo vio esfumarse rápidamente por el sendero
que ellos llamaban el sendero sin nombre. Azurri por su lado,
comenzó a transitar el camino de las señales doradas. Mohatmi, se
internó rápidamente en el sendero de la oscuridad. Oxitimayo, se disolvió frente a la mirada de todos al
ingresar a su camino y por último Golimna, transitó el suyo
dejando parte de sí a su paso.
Al finalizar su recorrido, cada uno de ellos debía encontrar una cueva. En cada
una de las cuevas, se encontrarían con un mago, un viejo bajito de cabellos
largos y desgreñados y de un carácter poco amigable ante las visitas mas ellos
sabían que deberían conquistar su confianza, de ello dependería que sus
misiones tuvieran éxito.
Si bien cada uno debía ir a una cueva distinta y muy lejana de las otras, se
encontrarían sí o sí con el viejo mago, que como buen mago tenía la capacidad
de estar en varios lugares al mismo tiempo.
Uno a uno llegaron a sus respectivas cuevas y tal como estaba previsto, lo
habían hecho al unísono. Fue entonces que llevando a cabo el ritual enseñado
por los viejos maestros, se sentaron frente a ellas y cantaron una melodía
jamás oída, sublime y dulce pero con la fuerza que el arte de la alquimia les
había otorgado.
El viejo mago
quedó rendido y salió de cada una de las cuevas, con paso cansino pero con una
sonrisa en el rostro y su mirada satisfecha. En cada caso llevaba un cuenco
específico para cada uno de ellos. Luego de una corta reverencia mutua, les
hizo entrega del cuenco, susurró a sus oídos palabras inaudibles y los despidió
para que pudieran emprender el camino de regreso y sin mirar atrás volvió al
interior de las cuevas.
Kalimani,
Azurri, Mohatmi, Oxitimayo y Golima pasaron la noche en profunda
meditación frente al sublime cuenco entregado por el viejo mago y al amanecer,
al escuchar el canto del búho supieron que debían emprender el peligroso
regreso. El camino de regreso no fue tan sencillo como el de ida, cada uno en
sus respectivos senderos se encontraron con la sombra tan temida llamada Portak, quien
poseía el poder de la duda, el temor y la individualidad.
Al anochecer del quinto tiempo, Portak, se les hizo presente acechándolos
enardecido y virulento. Una fuerte tormenta oscureció el cielo límpido y rayos
más poderosos que cualquier espada penetraron en ellos. Enormes aves
prehistóricas les sobrevolaban intentado matarlos. De pronto la certeza se convirtió
en miedo ¿acaso valía la pena morir por ese extraño contenido de los cuencos? Y
comenzó una lucha descarnada en sus propias conciencias. Portak, los estaba
venciendo y el cansancio los hizo rendirse hasta quedar flotando, casi inertes
en su interior, a punto de ser totalmente fagocitados por él.
Al amanecer del décimo quinto tiempo, el búho
volvió a cantar sobre esa nebulosa pegajosa que era Portak y el hechizo de su
canto los despertó e Inmediatamente se
hallaron transportados a un paraje totalmente extraño pero bello y muy
apacible. Aparentemente Portak
se había desvanecido ya no había rastros de él. Alerix
(ése era el nombre del búho) voló velozmente en círculos sobre ellos y cuando
se detuvo sólo había un elegido y un solo cuenco vacío. Él era Uniternit
quien con mirada serena y paso
seguro se acercó con su cuenco ante los sabios maestros que allí se encontraban
reunidos y con una reverencia de humildad se los entregó recitando un
antiquísimo poema Mayano:
Yamisy notri ballmé/Yamisy notri dalaky/
Yamisy mitello protek
Los sabios se
pusieron de pie y dieron comienzo a la danza del renacimiento. Una
indescriptible explosión de luz, fuego y color cambió por completo el paisaje
de la vieja constelación. Finalmente, Mayana era visible y tangible
nuevamente en toda su divina extensión y expresión El viento comenzó a soplar
como brisa suave que acariciaba los rostros sonrientes de hombres, mujeres y
niños. La cascada dio rienda suelta a su exultante alegría ofreciéndoles el
refrescante arrullo… Los árboles reverdecidos se enraizaron en las colinas y
las llanuras… Y así fue con cada minúscula partícula de vida que allí habían
reinado desde los inmemoriales tiempos.
Kalimani,
Azurri, Mohatmi, Oxitimayo y Golimna habían renacido como la
materialización misma de Mayana, cumpliendo con el destino intrínseco de su
existencia. Renacer eternamente, volviendo a llevar el mensaje que le había
sido destinado desde los tiempos primigenios: respeto, paz, unión y entrega,
perpetuando por siempre los más altos valores de la convivencia universal.
Mayana
había vuelto a latir en destellos luminosos como un faro.