jueves, 25 de marzo de 2010
CUERPOS -El SUBLIME TEMPLO DE LA LOBA (pelaje o cascarón)
Ella quería contar una historia, pero las malezas del bosque se enredaban en sus emociones y sus pensamientos a tal punto que siendo muy locuaz, en esa situación no lograba encontrar la forma de darle forma justamente a esa forma.
A esa forma, a ese cuerpo, hogar forzoso, heredado. Cuya venta o cambio está prohibido por las leyes de la misma naturaleza, acaso un castigo o tal vez una bendición. Y de eso quería hablar ella.
Se mezcló entre los arboles de la luna, abrazando la niña que fue, con la mirada de la loba sabia que es hoy.
Con la simplicidad de aquél que ha aprendido a fuerza de errores, con esa humildad sentida. Quedóse mirando el horizonte mientras la luna la cuidaba, ayudándola a explorar el interior de su esencia.
Ella quería contar una historia, pero no sabía por donde empezar ni que forma darle.
La ternura de la pequeña lobezna que sostenía amorosamente en sus brazos la retrotrajo a su misma niñez. Y la atmósfera hogareña volvió a su mente y a su corazón, sabiendo que la única forma de contar la historia, era contándola sin más.
La pequeña lobezna había nacido con un serio problema en su pelaje, algo extraño en las manadas de lobos que la circundaban. La loba madre no entendía bien de qué se trataba eso y así comenzó a lamerla interminablemente y hasta a veces casi obsesionada le mordisqueaba la piel con la intención de quitarle eso extraño que tenía. No era fácil para la loba madre, salir por las noches a recorrer los bosques, pues las otras manadas miraban con recelo y rechazo a la pequeña lobezna. Muy angustiada fue a ver a la bruja que habitaba en el claro del bosque, en esa choza olorienta, intentando una y otra vez conseguir algún brebaje mágico que le quitara esa extrañeza el pelaje de su pequeña cachorra.
Entre tanto la pequeña sólo observaba callada, obediente, aunque todas esas cosas le causaran tanto dolor por dentro como por fuera. Desde ya que nada de lo que intentó su madre dio resultado efectivo. Ella continuaba conviviendo con su pelaje deslucido, triste y doloroso.
A medida que la pequeña fue creciendo su carácter había perdido la escencia de las lobas. Con las heridas en su piel y las marcas invisibles en su corazón, era incapaz de defenderse sola en la bestial y agresiva convivencia con las otras manadas, que no la reconocían y no la aceptaban.
Los años pasaron y la pequeña lobezna tuvo que abandonar la manada materna para formar la suya propia. Un lobo extraño la había conquistado con sabiduría poco usual entre los lobos. Por primera vez sentía que era reconocida como una loba.
Ella quería contar una historia sin contarla, sin mostrar su lado vulnerable,
pero las historias a veces se cuentan igual desde el silencio que reafirma lo que se presume.
El lobo que la había conquistado pronto mostró sus dientes feroces...y aunque los lobos se mueven en manada, ella fue abandonada a su suerte por su compañero.
Miró nuevamente la luna, sintiéndose por lo menos abrazada por ella y decidió emprender un nuevo camino. Iría recogiendo vivencias por los bosques, los prados, traspasando campos alambrados y saliendo mal herida en más de una oportunidad. Eridas que marcaban aún más las extrañezas de su piel.
Desorientada, por la pérdida casi total de su olfato, debió enfrentarse a más de un peligro. Y a veces triste y cansada, se sentaba mirando la luna y aullaba de soledad, de tristeza y de dolor. Y con cada aullido elevaba una plegaria a la madre de todos los lobos, para que acudiera a consolarla (claro nadie le había explicado que ella loba madre de todas las madres, no se encontraba en la luna, que no era allí donde debía buscarla).
Una mañana soleada se despertó sintiendo muy extraño su cuerpo: algo se movilizaba en su interior. Estaba preñada y al tiempo tendría a sus pequeños lobeznos. Y así fue, tuvo cuatro hermosos lobeznos, pero uno de ellos murió, no supo bien porque. Y a los pocos días de nacidos sus pelajes comenzaron a parecerse cada vez más al de su madre. Ella comenzó a lamerlos suavemente, no quería que pasaran por momentos tan dolorosos como los que ella paso de pequeña. Y así lo hizo. Cuidó mucho a sus lobeznos que fueron creciendo, mucho mas seguros, con el olfato bien desarrollado y las alertas prendidas para inmiscuirse en el bosque ya solos.
Los años transcurrieron difíciles para ella y si bien no era una loba vieja, su aspecto seguía produciendo las mismas respuestas en los demás.
Con el alma ya gastada y su cuerpo con las señales obvias de esas pequeñas grandes batallas libradas, comenzó a sentir que su ciclo de apareamiento había concluido, pues los machos bravíos no la tenían en cuenta, es decir la veían sin verla. Ahí fue cuando comenzo a cantarle a la luna con aullidos cada vez mas sentidos, esperando que el eco que volvía a sus orejas, pudieran recordarle que estaba aún con vida. Que en verdad no se había vuelto invisible.
Extrañamente, las lobas de algunas manadas cercanas llegaban hasta ella para consultarle sobre los secretos de la supervivencia en los bosques oscuros o en las praderas invadidas por hombres que sin duda, no respetaban a los lobos.
Y sin darse cuenta se fue convirtiendo en la vieja loba sabia, a la que muchos recurrían. Ella solía reposar sobre una roca especial y quedarse dormida ante los tibios rayos del sol. Y poco a poco se fue haciendo famosa entre la población de los lobos e incluso en los pueblos cercanos había nacido una leyenda sobre ella, la loba especial, la loba diferente. Ya todos los cazadores se comentaban unos a otros la historia que describía con absoluta justicia los dotes de la loba despellejada y ya obesa. Fue tanta la repercusión que tuvo, que cuando un hombre altanero y cazador sin escrúpulos, se la cruzaba por algún sendero, quedaba petrificado por la mirada firme , segura y a la vez sabia que sus ojos emanaban y así como la había encontrado sin siquiera intentar disparar su escopeta se iba alejando lentamente y volviendo la cara para mirarla una vez más.
Fueron tantos los que así la descubrieron, que ella paso a ser muy famosa rapidamente. En el devenir de los años de soledad y dolor, la sabia loba presintió que debia realizar un cambio en su vida. Que nada debía impedir que pudiera revolcarse panza arriba sobre el pastizal o incluso sobre el lodo.
¿acaso alguien se atrevería a cuestionarle algo?...
Ella descubrió entonces que su cuerpo, que durante tantos años sintió como una prisión que la condenaba a la soledad, se había convertido en su mejor maestro y guía. Y si bien, ya no era joven, cuando se sentaba sobre aquella piedra especial, miraba la luna y hacia una mueca con su hocico como sonriéndole a la . El aire fresco del bosque acariciaba su pelambre escaso de caricias. El sol, que también se había enterado de todo, la calentaba suavemente por las mañanas.
Llegaban hasta ella los comentarios que se hacían en el pueblo, que en general eran de reconocimiento y alabanzas hacia su ser. Sin embargo ella sabiendo que era especial, se sentía humildememente sabia a través de los surcos recorridos en los años de su vida. Surcos de tierra y surcos de piel. Y cuando ya su hocico se había teñido de blanco, sus hijos, sus lobeznos -ya cada uno con su propia manada- solían pasar a unos metros de distancia oliéndose mutuamente, reconociéndose y continuando cada uno su camino.
Así fue como esa pequeña lobezna indefensa que despreciaba su cuerpo, tal vez gracias a él se convirtió en la loba alfa más respetada y conocida de todo el bosque.
Solo una cosa le hacía volver por las noches a sentarse sobre esa piedra especial mirando con tristeza la luna- como sumida en un estado de absoluta contemplacion- tratar de descifrar las marcas extrañas que veía en ella. Intentando reconocer los razgos de aquél lobo desconocido hasta ese momento, que fuera capaz de acompañarla por las noches de luna llena o bien, que le ofreciera alguna presa cazada especialmente para su hembra en celo.
Y unas noches fueron convirtiéndose en muchas hasta llegar a permanecer infinidad de tiempo mirando la luna, mientras de sus ojos caían lágrimas de historia.
Lágrimas compuestas del sudor de su pelaje enfermo...y luego una mueca muy parecida a una sonrisa se dibujaba en su bello rostro cuando veía en la luna un rostro sin rostro, como la visión de aquel lobo que en algún bosque o en alguna pradera mirando la luna, intentaría divisar su bello y envejecido rostro en su blanca superficie.
La sabia loba quería contar una historia,su historia y como si fuera un libro comenzó a leer los signos dibujados y tallados en su cuero. Al terminar con su lectura, miró a su alrededor y no vió a nadie... fue entonces que aulló como nunca lo había hecho. Fue así que rebelo el secreto que tanto le costó descubir.
El cuerpo habla!!! si, habla!!! a veces para bien y otras tantas para decir en el rostro aquellas cosas que no se quieren oir.
A partir de esa noche, cada vez que ella aulla de esa forma, como por arte de magia, los habitantes del pueblo, dejan de hacer lo que estaban haciendo y comienzan a leer sus propios cueros.
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Es una loba magnífica.
ResponderEliminarHa sabido renacer.
Le deseo lo mejor.
Besos.
Muy interesante historia, el cuerpo habla, pero también la sabiduría del tiempo y de la paciencia. Buen retrato de las pasiones humanas en el alma de un animal, qué fácil nos dejamos seducir por la belleza pasajera y qué fácil despreciamos al que es un poco diferente.
ResponderEliminarUn saludo.
"La sabia loba quería contar una historia,su historia y como si fuera un libro comenzó a leer los signos dibujados y tallados en su cuero"
ResponderEliminarNo hay otro camino, con mas o menos vueltas para contar una historia, uno debe bucear por dentro y leer su propio cuero.
Besos loba sabia :)
ufff...sabes¿? me costo terminarlo de leer...las lagrimas no me dejaban...cuante sabiduria de la loba...gracias por compartirlo...walter
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